Este poema llegó a mí hace ya algunos años. En aquel momento, lo transcribí varias veces y lo olvidé hasta hace poco tiempo que volvió. Es lo misterioso de la poesía y que Eugenio Montejo anotó en un verso: eso de llegar lejos y sin hora.
Que tus errores
no sean fruto del azar o del prejuicio,
sino que tú los
elijas como quien elige su remordimiento
y el
consiguiente castigo. Y que conozcas, por fin,
tu íntima
flaqueza y una abyección distinta.
Inútiles tus
disculpas ante eso que aflora:
la cursilería, tan
mal gusto.
Y ojalá la
libertad, arduamente conseguida,
te devore y te
anule
concediéndote la
dicha inadjetivable
de ser tú mismo
o sea, nadie,
nada;
apenas algo que
se repite, y se repite.
—Juan Gustavo Cobo Borda.
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