Entre los recuerdos de
estos dos años en la Escuela (esos que ya van apilándose hacia el final), tengo
entre los inolvidables aquella noche después de nuestra clase de Proyectos en
la que Javier Sagarna nos llevó al karaoke. Infaltable a esta memoria es el
arrojo con el que abrió fuego al micrófono del Máster Plató de Gran Vía y la
contagiosa impunidad con la que cantó, aplaudió y zapateó «La Zarzamora». Esa
imagen vale tanto por la del amigo festivo y perseverante como por la del
profesor.
Estoy convencida de que
nadie, ni siquiera Lola Flores ni tampoco Isabel Pantoja cantaron jamás «La
Zarzamora» como Javier Sagarna (¡y, vaya, del que me contradiga!). Asimismo, dudo
que muchos profesores enseñen con mejor ejemplo el arte de embestir el pánico
escénico de la escritura y, aún más, de un proyecto literario.
Los apuntes que siguen
son una reafirmación del espíritu zarzamorista de Sagarna, una compilación de
algunas de las frases que nos han acompañado en este debut karaokil de la
escritura, de modo que, nótese bien, esta selección debe ser, más bien, cantada
que leída, por supuesto, sobre su correspondiente animación de Power Point. No nos
olvidemos, eso sí, de aplaudir, abanicarnos, zapatear y olé, olé, olé.
*
-Si estás escribiendo,
no estás perdiendo el tiempo por definición.
-En la escritura vale
más la imaginación que el intelecto.
-El oficio del escritor
es buscar con la pluma, no con la cabeza. Un escritor no piensa, un escritor
escribe. Piensa, escribiendo. Línea a línea.
-Se aprende a escribir,
escribiendo: de ningún modo, esperando la escritura.
-Cuando no hay
inspiración, hay que currar. Ese es el oficio.
-Escribir de un tirón,
meterse en ese mundo. Estaréis escribiendo un proyecto cuando sea una obsesión.
-Acercar la voz a las
emociones de los personajes. Dejar caer qué hay en el alma de los personajes.
Ir mostrando su alma.
-Que las frases digan
primero lo que tengan que decir. Evitar las palabrerías, las típicas
escapatorias para no profundizar y decir algo personal.
-Trabajar voces con
verdad y combatir las voces impostadas. La verdad es lo único que no es
negociable. Que la escritura no sea un ejercicio de retórica y estilo.
-Recordar siempre lo
que Nabokov llama «los divinos detalles». La literatura es singularización.
-Contar con lentitud,
trabajando la visibilidad del texto, sus imágenes: la inmersión del lector.
Contar por planos, detenerse en los detalles, en las sensaciones, en las
emociones. Lo que mostramos es infinitamente más poderoso que lo que decimos.
-Más técnica y menos
palabras.
-Recordar siempre que
el lector es sensible e inteligente.
-Darles confianza a
esas voces interiores más que a cualquier argumento. Dejarlas hablar
desordenadamente para ver qué tienen que contar, para averiguar qué les pasa.
-Uno escribe, muchas
veces, para conocer a un personaje.
-Escribir siempre desde
el cuerpo. Pregúntate: ¿qué me está pidiendo el cuerpo?
-Cuidado con lo que
evoca una palabra.
-En el proceso
creativo, hay que darle permiso al niño de jugar. En esa primera fase, el
creador tiene que cuidarse del corrector que busca sabotearlo. El corrector es
un vago que no quiere dejar escribir al creador para que luego no lo dé
trabajo.
-A una de las primeras
cosas que se tiene que acostumbrar un escritor es a tirar papel.
-Si uno quiere
escribir, escribe. Ray Bradbury escribió Fahrenheit
451 en la máquina de escribir de una biblioteca a la que tenía que insertarle
monedas cada cierto tiempo porque no tenía una máquina propia.
-Hay que darse el
permiso de escribir mal. Muchas veces, hay que dejar que salgan los relatos
malos para que, finalmente, salga el bueno. Como una tubería: hay que darle
canal a la mugre que está taponándola para que salga el agua. Si no dejamos
salir lo malo, estamos perdidos.
-El desánimo solo nos
sirve para fracasar. No hay que darse permiso para fracasar.
-Nada detiene a un
hombre testarudo.
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