viernes, 15 de junio de 2012

«La Zarzamora» de Javier Sagarna



Entre los recuerdos de estos dos años en la Escuela (esos que ya van apilándose hacia el final), tengo entre los inolvidables aquella noche después de nuestra clase de Proyectos en la que Javier Sagarna nos llevó al karaoke. Infaltable a esta memoria es el arrojo con el que abrió fuego al micrófono del Máster Plató de Gran Vía y la contagiosa impunidad con la que cantó, aplaudió y zapateó «La Zarzamora». Esa imagen vale tanto por la del amigo festivo y perseverante como por la del profesor.

Estoy convencida de que nadie, ni siquiera Lola Flores ni tampoco Isabel Pantoja cantaron jamás «La Zarzamora» como Javier Sagarna (¡y, vaya, del que me contradiga!). Asimismo, dudo que muchos profesores enseñen con mejor ejemplo el arte de embestir el pánico escénico de la escritura y, aún más, de un proyecto literario.

Los apuntes que siguen son una reafirmación del espíritu zarzamorista de Sagarna, una compilación de algunas de las frases que nos han acompañado en este debut karaokil de la escritura, de modo que, nótese bien, esta selección debe ser, más bien, cantada que leída, por supuesto, sobre su correspondiente animación de Power Point. No nos olvidemos, eso sí, de aplaudir, abanicarnos, zapatear y olé, olé, olé.

*
-Si estás escribiendo, no estás perdiendo el tiempo por definición.

-En la escritura vale más la imaginación que el intelecto.

-El oficio del escritor es buscar con la pluma, no con la cabeza. Un escritor no piensa, un escritor escribe. Piensa, escribiendo. Línea a línea.

-Se aprende a escribir, escribiendo: de ningún modo, esperando la escritura.

-Cuando no hay inspiración, hay que currar. Ese es el oficio.

-Escribir de un tirón, meterse en ese mundo. Estaréis escribiendo un proyecto cuando sea una obsesión.

-Acercar la voz a las emociones de los personajes. Dejar caer qué hay en el alma de los personajes. Ir mostrando su alma.

-Que las frases digan primero lo que tengan que decir. Evitar las palabrerías, las típicas escapatorias para no profundizar y decir algo personal.

-Trabajar voces con verdad y combatir las voces impostadas. La verdad es lo único que no es negociable. Que la escritura no sea un ejercicio de retórica y estilo.

-Recordar siempre lo que Nabokov llama «los divinos detalles». La literatura es singularización.

-Contar con lentitud, trabajando la visibilidad del texto, sus imágenes: la inmersión del lector. Contar por planos, detenerse en los detalles, en las sensaciones, en las emociones. Lo que mostramos es infinitamente más poderoso que lo que decimos.

-Más técnica y menos palabras.

-Recordar siempre que el lector es sensible e inteligente.

-Darles confianza a esas voces interiores más que a cualquier argumento. Dejarlas hablar desordenadamente para ver qué tienen que contar, para averiguar qué les pasa.

-Uno escribe, muchas veces, para conocer a un personaje.

-Escribir siempre desde el cuerpo. Pregúntate: ¿qué me está pidiendo el cuerpo?

-Cuidado con lo que evoca una palabra.

-En el proceso creativo, hay que darle permiso al niño de jugar. En esa primera fase, el creador tiene que cuidarse del corrector que busca sabotearlo. El corrector es un vago que no quiere dejar escribir al creador para que luego no lo dé trabajo.

-A una de las primeras cosas que se tiene que acostumbrar un escritor es a tirar papel.

-Si uno quiere escribir, escribe. Ray Bradbury escribió Fahrenheit 451 en la máquina de escribir de una biblioteca a la que tenía que insertarle monedas cada cierto tiempo porque no tenía una máquina propia.

-Hay que darse el permiso de escribir mal. Muchas veces, hay que dejar que salgan los relatos malos para que, finalmente, salga el bueno. Como una tubería: hay que darle canal a la mugre que está taponándola para que salga el agua. Si no dejamos salir lo malo, estamos perdidos.

-El desánimo solo nos sirve para fracasar. No hay que darse permiso para fracasar.

-Nada detiene a un hombre testarudo.

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