A propósito de la aproximación a Adolfo Bioy Casares que estamos haciendo para la clase de Lectura Crítica, me encontré hace un par de días con una especie de digresionario que publicó el escritor argentino. Así le dio nombre Pichon Riviere a la quinta parte de una selección de obras del autor: Memorias y digresiones. A esta etapa corresponden Guirnalda con amores, Memoria sobre la pampa y los gauchos y Diario de fantasía.
En el prólogo de Guirnalda con amores, Bioy plantea la polémica del género misceláneo entre sus contemporáneos. Cuenta que para los interlocutores «más inteligentes», cuando un autor empezaba a publicar misceláneas, era signo de que ya se le había «secado la imaginación». Así las cosas, Bioy reacciona invocando el antídoto del doctor Johnson —Samuel Johnson, el poeta inglés—: «Tal vez un día el hombre, cansado de preparar, de vincular, de explicar, llegue a escribir solo aforísticamente. Si esperamos entretejer lo anecdótico en un sistema, la tarea puede ser larga y dar menos fruto». Puesta a trasluz parte de la literatura contemporánea, sabemos que ni el doctor Johnson ni Bioy Casares estaban tan zumbados. El microrrelato es un hijo adoptivo de la miscelánea. De parentesco afín, es la micropoesía y, en general, toda la microscopía de los microbios literarios.
Sin embargo, a mi entender, la digresión y el aforismo se atraen pero se repelen. Los atrae cierta sensibilidad errática y los repele la tiranía de la inteligencia que encierra una frase célebre; los entraña la divagación y los divorcia el punto y final. Porque la digresión se sostiene siempre en tres puntos suspensivos, en una continuidad que aniquila al aforismo. Aforístico es Oscar Wilde, por ejemplo; el Cortázar de Rayuela. Digresivos son Faulkner, Thomas Mann, Virginia Woolf, Proust. La digresión aspira a una vaga eternidad; el aforismo, a una mortalidad intensa. Y tres puntos suspensivos…
Bioy Casares escribió estos últimos textos sobre ese péndulo que va del aforismo a la digresión y, en este ánimo de digresiones aforísticas o de aforismos digresivos, apuntó estas palabras: «Oh cuaderno de anotaciones diarias, oh implacable espejo de nuestra pobreza mental. Libro que redactas nuestra vida, para corregirte debemos corregirnos, para enriquecerte, enriquecernos».
Antes del punto y final, transcribo, a continuación, algunos de sus apuntes más curiosos.
Una vida mejor
Qué agradable sería la vida si concluyera un poco antes de la muerte.
Viajes
Cuando viajamos, el presente no logra su plena realidad; es casi un pasado, casi una anécdota; por eso es nostálgico y, también, feliz.
Soledad
Cuando queda nuestro cuerpo durmiendo, en un cuarto de hotel, en una ciudad desconocida, tocamos el fondo de la soledad.
Dónde me lleva la soberbia
Debo cuidarme de la soberbia que me empuja a remedar al doctor Johnson y a persuadirme de que nadie me intimida. Si nadie me intimida, ¿cómo justificaré el vacío de la mente en el que resuena la pregunta ¿de qué hablar? ¿de qué hablar?
Nihilismo
Es una de esas personas cansadoras, que siempre tienen algo interesante que decir.
Nadie es totalmente fuerte
El mismo lobo tiene momentos de debilidad, en que se pone del lado del cordero, y piensa: «Ojalá que huya».
El placer
Notable prestigio del placer, que lleva a la gente a cometer imprudencias y aun a privarse de comodidades y de verdaderos placeres.
Tránsito
Cuando los enamorados emergen de su cámara, fatigados como trabajadores que vinieran de las entrañas de la tierra o del fondo del mar, cualquier incidente de la luz de la tarde en el follaje los deslumbra, como si reflejara el misterio de la vida, en cuya lumbre ardieron.
Música y literatura
¿Cómo dar a una página —¿alguien lo alcanzó?— la completa victoria de bellezas de un momento musical?
Digresiones
Por las digresiones entra en los escritos la vida
Olor pánico
Llueve a muchas leguas de distancia; hay olor a tierra mojada en el campo.
El mundo es inacabable
El mundo es inacabable, está hecho de infinitos mundos, a la manera de las muñecas rusas. Asistimos una tarde de gallos en Villa Urquiza y a la noche recordamos la gente que vimos en el reñidero y nos preguntamos si para ellos los bataraces y los giros seguían siendo la más viva, acaso la única, realidad. O nos enteramos, por un tratado de Wilson, de no sé qué disputa entre los apocalistas, gremio que ha prosperado a nuestras espaldas, y nos preguntamos si, cuando cerremos el libro, seguirán disputando.
En el amor, en la cárcel o en el hospital recordemos que afuera hay otros mundos.
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