miércoles, 23 de marzo de 2011

Laureles para Irigoyen


El jueves 7 de octubre, Ramón Irigoyen inauguró su primera clase de Literatura Clásica con una noticia:

«Hoy, la lengua española celebra el reconocimiento que se le ha hecho a un latinoamericano, cuyo sentir y hacer literarios han estado vinculados estrechamente a España. Por esta razón, España celebra esta distinción como propia, junto a quien la Academia Sueca otorgó esta tarde el premio Nobel de literatura: don Mario Vargas Llosa».

Dicho esto, nos pidió que hiciéramos quince segundos de silencio para pedirles a los dioses y a Vargas Llosa que nos fuese concedido el premio Nobel. Casi todos cumplieron solemnemente con la oración, aunque algunos levantábamos la mirada, entre divertidos e incrédulos por la ocurrencia de Irigoyen y por el hilarante desatino de pensarnos en el lugar de Vargas Llosa o de Vicente Aleixandre o de Juan Ramón Jiménez. 

Durante varias clases, Irigoyen solía recordarnos ese día en el que cada uno estaría pronunciando su discurso frente a la Academia Sueca, nos aconsejaba sobre algunos pseudónimos literarios que podíamos adoptar y nos alentaba, mostrándonos los primeros textos fallidos de escritores que luego habían sido consagrados con el Nobel. Entre ellos, nos hizo escuchar el inicio de un cuento de Vargas Llosa que encontraba desafinado.
Un jueves, nos repartió fotocopias de un artículo que él había escrito para el Diario de Navarra a propósito de la exposición del fotógrafo francés Guy Bourdin. La reseña de Irigoyen, un gran digresionario, encabezaba estas palabras: 

«Mi intención era escribir hoy del segundo máster de Narrativa de la Escuela de Escritores, con sede en la madrileña calle de Francisco de Rojas, donde diez futuros premios Nobel afilan sus poemas y novelas con vistas a un éxito planetario. Me consta que estos diez alumnos del máster de Narrativa sueñan con el premio Nobel, porque ellos saben, como todo el mundo, que en la vida terminamos consiguiendo aquello que soñamos. ¿No soñaron con el premio Nobel —que, por cierto, se pronuncia con acento en la última sílaba y no en la penúltima, como erróneamente se pronuncia en telediarios y radios—, no soñaron con este premio, digo, Vargas Llosa, García Márquez y Cela, y los tres acabaron premiados?».

Laureles para Irigoyen por tanta magnanimidad.

3 comentarios:

  1. Namaste.
    Vaya escribiendo ese discurso mi maldad ambulante!

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Usted escriba el discurso
    que nosotros nos encargamos de la bailanta.

    De Miss Mini Aguasal al Nobel...¡Pa encima!

    xx

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