domingo, 18 de diciembre de 2011

Hiroshima, cheewing gum



Ayer tuvimos la última Aula Creativa de este año con Amparo Seijo: Taller de desestereotipación. Así se llamó al encuentro. Jugamos a estereotipar y a romper estereotipos, a explorar la funcionalidad y las posibilidades de los personajes planos y a reconocer la transfusión de los propios prejuicios a la escritura.

Una de las conclusiones generosas de Amparo se cerró sobre este pensamiento: «El escritor crea orden. Un marginal es diferente a un artista porque el artista rompe para reconstruir y dar sentido».

El que copio a continuación es uno de los ejercicios del taller. Consistía en estereotipar a un personaje a partir del grupo al que pertenece y subrayar el prejuicio para luego romperlo. Este texto, por espontáneo, me divirtió mucho.

Los gordos somos la bomba. Aunque un gordo jamás se hubiese dejado caer sobre Hiroshima. No así. En la imaginación de un gordo Hiroshima sería un chicle esponjoso, un globo elástico y fucsia que se adhiere a la cara como una máscara al reventar y que las chicas te arrancan con las uñas y te devuelven a la boca encantadas como a los críos. Los gordos no hacemos más que masticar. Siempre estamos masticando, pero casi nunca en público. En público solo goma y sacarina: Hiroshima, chewing gum. Recuerdo aquella chica con la que salí un par de veces: «Como es que estás así, nene, si tú ni comes. Nomás masticar puro plástico». Y yo sonreír y tragar saliva y, cómo no, hincharme los mofletes con plástico y pujar un globo fucsia y verlo reventárseme en la cara de un manotón. Es que somos la bomba, los gordos. Un amor de Hiroshimas.

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