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Esta historia divertía a Onetti al recordarla, a propósito de los desvaríos del reconocimiento a los que es arrojada la suerte de un escritor y a la infausta profecía de Warhol y el número quince. Onetti cuenta que cuando William Faulkner murió en julio de 1962, los comerciantes de su pueblo, Oxford, arraigado en la Norteamérica profunda, decidieron rendirle homenaje. Acordaron, entonces, colocar en sus escaparates un cartel con el siguiente encomiástico:
«EN MEMORIA DE WILLIAM FAULKNER, ESTE NEGOCIO PERMANECERÁ CERRADO DESDE LAS 2.00 HASTA LAS 2.15 P.M.»
Quince había contabilizado Warhol en su reloj. «Ese es el tiempo de celebridad al que podemos aspirar: quince minutos».
Y mejor que a Faulkner no se le hubiese ocurrido regatear un solo segundo de prórroga. Probablemente, se hubiese tenido que conformar con un vasto minuto de silencio...
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