Así llamó Rubén Abella al anecdotario insólito de algunos escritores que abordamos en su clase de Literatura Contemporánea del Siglo XX. Releyendo a Vallejo, recordé una historia de este tipo.
Aún en Perú, justo antes de su viaje definitivo a Europa, cuenta Antenor Orrego que Vallejo lo llamó una madrugada para decirle que se había visto muerto en París vestido con un abrigo negro y sentado sobre una piedra blanca que le recordó un sepulcro. Entre 1931 y 1937 Vallejo escribió —según las estimaciones de su esposa Georgette— Poemas humanos, en el cual figura su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca», y en cuyos primeros versos Vallejo recuerda la circunstancia de su propia muerte:
Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
En los siguientes versos detalla:
Me moriré en París —y no me corro—
talvez un jueves, como hoy, de otoño.
Vallejo murió en París el Viernes Santo del 15 de abril de 1938, reunida ya la primavera. No era jueves ni era otoño, pero tampoco era esa la primera vez que se moría.
Magnífico poeta. Gracias por rescatar la anécdota.
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