Meursault, «el extranjero», ha sido condenado a muerte por haber asesinado a un hombre. Aún más: es enjuiciado por una serie de indicios de «insensibilidad» que se remontan al hecho de que no hubiera llorado en el funeral de su madre: en síntesis, es sentenciado por tener un «corazón criminal».
De vuelta a la cárcel, en vísperas del día de la ejecución, el capellán visita a Meursault con el propósito de que al final de su vida «viera el rostro de Dios» entre las piedras de su celda a lo que Meursault responde en su escepticismo que «nada había visto surgir de ese sudor de piedra»:
«(El capellán) Se volvió y se acercó al muro, que acarició lentamente con su mano: “¿Ama usted hasta ese punto esta tierra?”, murmuró. Nada contesté. (…) Iba a decirle que se fuera, que me dejase, cuando gritó de pronto como en un estallido, volviéndose hacia mí:”No, no puedo creerle. Estoy seguro de que ha sentido alguna vez el deseo de otra vida”. Respondí que era natural, pero que eso no tenía importancia. (…) Pero él me interrumpió porque quería saber cómo imaginaba yo esa otra vida. Entonces le grité: “Una vida en que pudiera acordarme de esta”».
Y pensé en la literatura. Olvidé todo lo demás y esa última frase me hizo pensar en la literatura. Me hizo presentir en ella esa vida en la que podemos acordarnos de esta. Más aún: esa otra vida que nos hace acordarnos de esta. ¿Qué labor más bonita y más difícil podemos confiarle?
Final del apunte.
Final del apunte.
La escena con el cura es la mejor del libro. De algún modo¡, "ese hombre que parece saberlo todo", "que aparenta estar en posesión de la verdad", no es sino alguien con las mismas dudas (o más) que M. Y creo que esto es extensible a todos los agnósticos/creyentes.
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