jueves, 23 de febrero de 2012

Casi tan salvaje

Isabel González (1972)



No es amor lo que se pide. Son muchas cosas pequeñas y sin descanso.

Javier Sagarna ya nos había hablado de Isabel González en la clase de Proyectos. A los días, Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, nos invitó a la presentación del libro en su clase de Edición. Pero antes vimos Casi tan salvaje en la editorial: hojeamos el ferro (la versión final que va a imprenta) plagado de marcadores de colores, todavía con correcciones nerviosas de Isabel que dudaba entre dos o tres adjetivos, entre una coma o un punto, que dudaba metódicamente de todo lo que había escrito y de la literatura universal. Supongo que es lo que sucede con el primer libro. Vimos la maqueta, dos imágenes diferentes para la portada y la final, y el libro multiplicado, apilado en cajas, todavía humeando.

Pero antes nos lo mostraron en la imprenta, en una excursión que hicimos. Casi tan salvaje compaginar, guillotinar, Casi tan salvaje coser, engolar, encuadernar Casi tan salvaje en cajas selladas y en La Buena Vida, en las manos de Isabel González, en el hábitat natural y civilizado de otros libros, el día de la presentación: casi todo tan salvaje.

No es amor lo que se pide. Son muchas cosas pequeñas y sin descanso. Una tras otra.

Clara Obligado habló en La Buena Vida de la genealogía de este libro de cuentos, de su deuda con Clarise Lispector y con Flanery O’Connor. «Como Clarise, su escritura está llena de fugas, espacios vacantes, relumbrones inesperados. Como en Flanery, el lector se siente atrapado en un territorio de extrema dureza y lucha por mantener cierto grado de ingenuidad. Es una escritura que me produce envidia. Una literatura que no es femenina, sino escrita por una mujer que es diferente».

Isabel habló de su soledad, de la soledad de sus relatos, eso en verdad salvaje, lo más salvaje de la creación. «Yo escribo sola. Cuanto más sola mejor. A las seis de la mañana. Escribo intentando imitar el silencio. Porque en el silencio todo lo vivido cobra un peso descomunal».

Y recordó a su abuelo, a propósito de la literatura. Nos contó que de pequeña su abuelo solía recitarles, a ella y a su hermana, su poema del árbol. Era el poema del abuelo. Cuando murió, entre Isabel y su hermana intentaron reconstruirlo y, en esa búsqueda, descubrieron que el poema del abuelo no era del abuelo, sino de Tagore. «Mi abuelo no era un hombre de letras, sino de campo. Nunca lo vimos leyendo un libro. Nunca supimos de dónde memorizó el poema de Tagore, pero el caso es que en ese poema se encontraron mi abuelo y Tagore y, para mí, el poema de Tagore es el poema de mi abuelo. Intuyo que eso es la literatura, un encuentro, la forma más humana de comunicación entre dos personas que nunca se conocieron».

No es amor lo que se pide. Son muchas cosas pequeñas y sin descanso. No sé por qué lo llaman amor. No sé por qué no lo llaman muchas cosas pequeñas y sin descanso. Una tras otra. Creo que podría ajustar mi vida a ello.

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