domingo, 9 de octubre de 2011

De vuelta a la escuelita de los lápices





Demoramos todo un verano en volver. Ismael estuvo en Sicilia; Silvia, en Cádiz; Cristina, en Mallorca. Rubén cogió un avión y Carmen un tren y Andrea su bicicleta y yo una mochila. Todos huimos y nos cruzamos a conciencia en ese naufragio cadencioso que es el verano, en ese desierto de inescrúpulos, en ese escrupulario desierto. Quiero decir que no se tiene grandes escrúpulos en verano. Justo como en la ficción porque, a saber, la ficción es muy inescrupulosa. Y no me refiero a que hayamos traficado en Sodoma y manducado en Gomorra, sino a lo que intentaba explicarnos Bernardo Atxaga en su clase magistral el día de la inauguración del máster el viernes 29 de septiembre con el ejemplo de Robinson Crusoe.

El escritor vasco, en el lugar que el año pasado ocupó Vila-Matas y que presidió Baricco el anterior, nos dijo esa primera noche de vuelta a la escuelita de los lápices que Robinson Crusoe, en la soledad de su isla desierta, jamás hubiese podido escribir. Atxaga se remontó al recuerdo del primer manuscrito que compartió con un amigo del instituto y que encontró dos semanas después, doblado y redoblado, debajo de la aceitera de su casa. «Ese fue el destino de mi primera publicación», bromeó. Pero en un sentido, el destino siempre había sido un amigo. Y eso es lo que mueve al escritor, dice, escribir para ser leído. «La presión social afecta a la forma de la propia escritura. Por eso, el escritor debe tener una idea de los lectores de los que quiere rodearse. Robinson Crusoe no hubiese podido escribir jamás porque no tenía lectores». Ni oyentes, ni amigos.

García Márquez a quien Carver, nos contó Atxaga, no soportaba por su «abundosa abundancia»  dijo en una ocasión que uno escribe para que sus amigos lo quieran más. En cierta forma, quizá esta sea una de las hipérboles más rigurosas que le he escuchado al Gabo y con la que Carver, seguramente, podría asentir.  
Al final, la escuelita de los lápices, al cabo de un año, se ha convertido en un lugar de amigos. De amigos que te escuchan de ese modo que solo te pueden escuchar los amigos. «Hay que volver a la Escuela nos animó el inventor de Obabakoak  porque el mundo de las cafeterías se ha perdido y lo que más ayuda a la creación es un grupo que crea que escribir es importante».

La vuelta después del verano, de esa ficción que se vive sin escrúpulos con los ojos abiertos y desbordados para escribirse después, en el otoño quizá y en casa, se siente, tal cual, como la continuación de una larga y sabrosa conversación entre amigos. «Los escritores tenemos derecho a pedir milagros», nos confió Javier Sagarna, director de la Escuela, esa misma noche. Cumpliremos con enviarle el mensaje en una botella al señor Crusoe. Quizá ocurra un milagro.

2 comentarios:

  1. Recorría las ondas hertzianas buscando un derivado de digresión y me he topado con este cuidadísimo blog.
    Te robaré el título -con tu permiso- y lo emplearé en una próxima entrada sobre Miguel Espinosa.
    De paso, si no te parece mal, me quedaré por aquí.

    Un saludo.

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  2. Cómo no. Un gusto. Gracias por el comentario y la gratitud de seguir por aquí. Me encantaría leer su entrada sobre Miguel Espinosa y su digresionario.

    Un saludo de vuelta.

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