miércoles, 29 de junio de 2011

El evangelio según...


Lorenzo Villalonga

Desde las catacumbas literarias


«Cuidadosamente, el señor va trazando su retrato con una técnica de miniaturista y un amor de pintor holandés. Él mismo se da cuenta y escribe el siguiente comentario: “Así como el arte impresionista expresa dispersión, la miniatura significa densidad y concentración, es decir, amor. Millet no sabe amar de cerca, cosa que me parece equivalente a no saber amar de ninguna manera. Las mujeres no son manchas ni efectos de luz y han nacido para ser acariciadas, bien con el tacto, los ojos o el pincel”. (…) El hombre de las cavernas podía prescindir de la mujer que era peluda y se le parecía. Hoy la feminidad es un producto exquisito y necesario, que debe verse y gustarse de cerca; quiero decir, con toda calma. Los años, al desengañarnos del amor-curiosidad, nos hacen apreciar la infinita gama del amor-costumbre, o, si se prefiere, del amor-miniatura. “Qué verás en otro sitio que aquí no veas?”, se pregunta Kempis. Los maestros de la escuela holandesa, comprendiéndolo así, pintaban con procedimientos de miniaturista, o sea, lo opuesto a esa horrible escuela de Barbizon que está hoy de moda, y no necesitaban buscar temas “interesantes”, como en la novela de aventuras, porque todo lo que se mira detenidamente es hermoso».

Bearn o la sala de las muñecas (1956).

lunes, 27 de junio de 2011

Una estefanía a propósito de Camus

Eugenio Montejo decía que la memoria tenía que anotarse. A la luz de este consejo, no quisiera dejar de apuntar una escena de El extranjero de Camus que me gustaría recordar porque me ha regalado una de esas «epifanías» de las que hablaba Joyce o lo que hemos dado en llamar también una «estefanía».

Meursault, «el extranjero», ha sido condenado a muerte por haber asesinado a un hombre. Aún más: es enjuiciado por una serie de indicios de «insensibilidad» que se remontan al hecho de que no hubiera llorado en el funeral de su madre: en síntesis, es sentenciado por tener un «corazón criminal». 

De vuelta a la cárcel, en vísperas del día de la ejecución, el capellán visita a Meursault con el propósito de que al final de su vida «viera el rostro de Dios» entre las piedras de su celda a lo que Meursault responde en su escepticismo que «nada había visto surgir de ese sudor de piedra»:

«(El capellán) Se volvió y se acercó al muro, que acarició lentamente con su mano: “¿Ama usted hasta ese punto esta tierra?”, murmuró. Nada contesté. (…) Iba a decirle que se fuera, que me dejase, cuando gritó de pronto como en un estallido, volviéndose hacia mí:”No, no puedo creerle. Estoy seguro de que ha sentido alguna vez el deseo de otra vida”. Respondí que era natural, pero que eso no tenía importancia. (…) Pero él me interrumpió porque quería saber cómo imaginaba yo esa otra vida. Entonces le grité: “Una vida en que pudiera acordarme de esta”». 

Y pensé en la literatura. Olvidé todo lo demás y esa última frase me hizo pensar en la literatura. Me hizo presentir en ella esa vida en la que podemos acordarnos de esta. Más aún: esa otra vida que nos hace acordarnos de esta. ¿Qué labor más bonita y más difícil podemos confiarle? 

Final del apunte.

domingo, 26 de junio de 2011

Historias rocambolescas


Así llamó Rubén Abella al anecdotario insólito de algunos escritores que abordamos en su clase de Literatura Contemporánea del Siglo XX. Releyendo a Vallejo, recordé una historia de este tipo.

Aún en Perú, justo antes de su viaje definitivo a Europa, cuenta Antenor Orrego que Vallejo lo llamó una madrugada para decirle que se había visto muerto en París vestido con un abrigo negro y sentado sobre una piedra blanca que le recordó un sepulcro. Entre 1931 y 1937 Vallejo escribió según las estimaciones de su esposa Georgette Poemas humanos, en el cual figura su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca»,  y en cuyos primeros versos Vallejo recuerda la circunstancia de su propia muerte:

Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.

En los siguientes versos detalla:

Me moriré en París —y no me corro—
talvez un jueves, como hoy, de otoño.

Vallejo murió en París el Viernes Santo del 15 de abril de 1938, reunida ya la primavera. No era jueves ni era otoño, pero tampoco era esa la primera vez que se moría.

sábado, 25 de junio de 2011

Blunia pregunta

Después del Aula Creativa de aquel sábado ya relatado, Blunia se quedó interrogándose en la sala Moby Dick de la Escuela, sentada junto al piano blanco —esa ballena melvilleiana de Antonio—, y garabateó en su lengua sibilítica una serie de preguntas que he dado, más o menos, en traducir con el fin de publicarlas en su nombre y en el de su lindo ritual. Neruda, por ejemplo, decodificó muchas de las preguntas que se había formulado Blunia en otra época —preguntas todas existenciales, es decir, del existencialismo más puro de la poesía y la imaginacióncon resultados más felices y generosos que los diez que he esbozado. Pero qué se le va a hacer si Blunia no escribe recto para todo el mundo.

¿Qué pasaría…

Si el sol no fuese tan solo un relámpago.

Si la neblina hablara glíglico.

Si las tortugas se orugaran antes de ser mariposas.

Si entrara un lobo alunado al lupanar de la luna.

Si los sombreros nos escogieran.

Si el colmo de las colmenas fuesen los volcanes.

Si alguien alguna vez nos regalara el ramo de moras que está escondido en la palabra amor.

Si cruzáramos el Atlántico en el velamen de las nubes.

Si las monedas parpadearan. 

Si los deseos que nos cumplen las pestañas cuando se desprenden estuvieran en la ñ ?

viernes, 10 de junio de 2011

Reflexiones de Jhumpa Lahiri

Es la foto que publica el New Yorker de Jhumpa a los tres años junto a sus padres en Cambridge, Massachussetts.


Días atrás recibí este artículo que publicó el New Yorker. Es el testimonio de la escritora hindú-americana Jhumpa Lahiri sobre su vivencia del oficio. En el año 2000 recibió el Pulitzer por su libro de relatos Intérprete de emociones. He extraído uno de los fragmentos del artículo que consideré más valiosos. Lo copio en inglés; a continuación, en español y, finalmente, publico el vínculo de todo el texto. 


 «As a child, I did not know the exact meaning of “tenure,” but when my father obtained it I sensed what it meant to him. I set out to do as he had done, and to pursue a career that would provide me with a similar stability and security. But at the last minute I stepped away, because I wanted to be a writer instead. Stepping away was what was essential, and what was also fraught. Even after I received the Pulitzer Prize, my father reminded me that writing stories was not something to count on, and that I must always be prepared to earn my living in some other way. I listen to him, and at the same time I have learned not to listen, to wander to the edge of the precipice and to leap. And so, though a writer’s job is to look and listen, in order to become a writer I had to be deaf and blind».

 «Cuando era pequeña, no sabía exactamente qué era una “ocupación” pero cuando mi padre la encontró supe lo que significaba para él.  Yo me dispuse a hacer lo mismo que él había hecho con el fin de continuar una carrera que me brindara la misma estabilidad y seguridad. Pero en el último instante me retracté porque, a diferencia de mi padre, yo quería ser escritora. Incluso después de ganar el Pulitzer, mi padre me recordó el hecho de que escribir historias no era algo con lo que pudiera contar, y que siempre tenía que estar preparada para ganarme la vida de otra manera. Lo he escuchado y, a la vez, he aprendido a no escucharlo, a acercarme al borde del precipicio y saltar. Y así, si bien el trabajo de un escritor es mirar y escuchar, para convertirme en escritora he tenido que volverme sorda y ciega».


miércoles, 8 de junio de 2011

Lo literario. Parte II


Ars poética


Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame mi impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.

-Rafael Cadenas. Intemperie (1977).

martes, 7 de junio de 2011

Qué pasaría si Blunia se cansara de cuidarnos


El sábado 28 de mayo tuvimos una de las Aulas Creativas más divertidas de este año. El tema central del encuentro fue La fantasía y sus alas. Sin embargo, lo más fantástico que nos aconteció aquella mañana fue el juego: jugamos a tener ideas. Silvia adivinó un burro en la sofisticada representación que hizo Cristina de un purasangre. Rubén se fue atenazando hasta convertirse en un cangrejo que bailaba flamenco. Inventamos palabras añadiendo prefijos y luego improvisando otras: carimín, midriápola, recasaca, caramnte, argónadas. Carmen acuñó el poscorcho, píldora oficial de la resaca. Silvia nos explicó con señas y en verso lo que era la excola de un perro. Dinamitamos todo tipo de leyes para imaginarnos qué pasaría si y concluimos que de estos juegos pueden sobrevenir algunas greguerías y «muchas tonterías».

El objetivo, según Inés Arias, la facilitadora del taller, era provocarnos estados de creatividad porque «la creatividad requiere pensamiento fluido» y es una forma indirecta de solucionar «problemas literarios». Al cabo de cuatro horas de juego éramos capaces de fabricar todo tipo de castillos, unos más habitables que otros. Sin embargo, lo que llamó mi atención fue ese estado casi reflejo que alcanzamos. Ese trance de creatividad había provocado una crispación tal del pensamiento que me pareció cercano a la inmoralidad de la niñez y la locura y, aún más, a ese sueño desinhibido que es la ficción. 

—Blunia —le sugerí a Rubén.

—¿Qué pasaría si Blunia se cansara de cuidarnos? —imaginó enseguida.

De pronto, sobrevino cierto silencio melancólico.

¿Blunia? ¿Qués es una Blunia? Se me ocurre que podría ser un bonito nombre para cierta musa maliciosa o para la santa patrona de la pagana cofradía de los juegos literarios y la profanación de los lugares comunes. ¿A alguien se le ocurre alguna ofrenda para Blunia?